viernes, diciembre 22, 2006

El Camino del Acero, de Andrés Díaz Sánchez


Crítica de El Camino del Acero en Fantasymundo

Portada de El Camino del AceroToda una sorpresa. La última novela de Andrés Díaz Sánchez (Madrid, 1973), tras “Los Guerreros sin rostro” (2003, Planeta) y “La Maza Sagrada” (2006, Planeta), ha resultado ser una obra creíble, muy bien dibujada y sin duda atrayente por su mezcolanza de fantasía y aventuras y su audaz planteamiento. Pocas veces, en el género de la fantasía épica, un autor español ha dibujado tan bien un mundo como Andrés en El Camino de Acero, editado por Editorial Ábaco e ilustrado por Manuel Calderón. Sin duda, Andrés será un autor para seguir muy de cerca en el futuro, y una referencia del género en nuestro país: quienes lean la novela podrán comprobarlo, no exagero. Pero no nos vayamos por las ramas.

Carlos Alonso Juárez es el protagonista de la novela: un joven débil y enfermo terminal que pasa sus días en un hospital. Pronto, su mente se ve transportada y termina por ocupar un cuerpo que no es el suyo. Alarmado y extrañado, la fortaleza vuelve a su cuerpo y despierta en un mundo con una lengua y unas costumbres radicalmente diferentes a las de Madrid, su ciudad natal. La vida y el cargo del guerrero Dargor Atur le pertenecen ahora, pero Carlos tendrá que adaptarse y vivir conforme a lo que se espera de un “ornai”, del jefe de los ejércitos de Sarlia, su nueva patria. Su padre, Amáer Atur, es el “sigra” de Sarlia, la máxima autoridad, pero no se lleva muy bien con su hijo. Carlos, cuyos padres reales murieron hace mucho, intentará recuperar el afecto del embrutecido Amáer, pero las costumbres de Sarlia serán una losa para él.

Durba (La Patria de los Hombres Libres), el territorio donde se desarrolla la acción, es un conglomerado de ciudades-estado organizadas al modo de la Antigua Grecia, con unas costumbres heterogéneas y los tradicionales antagonismos que siempre se reflejaron en la patria de Pericles. De entre las ciudades-estado, la más fuerte es precisamente Sarlia, de cuyo ejército Dargor es el comandante en jefe. El resto tratan de arrebatar la hegemonía a la nueva patria de Carlos, bajo la amenaza de los alais, las numerosas y aguerridas tribus de salvajes que acampan fuera de Durba esperando una oportunidad para hacerse con el botín sarlio. Dargor deberá adaptarse a su nuevo rol de guerrero y olvidar los valores occidentales de su mundo natal, basado en la igualdad y la fraternidad: en Sarlia se premia la fortaleza, y el débil es arrojado al tumulto de la servidumbre o al pozo de la muerte. La amenaza bárbara de los monstruosos alais provocará que el pueblo sarlio vuelva sus ojos al liderazgo de su conquistador Dargor, y pronto éste se verá obligado a defender a su nueva tierra.

De buenas a primeras, el argumento podría asustar por la cantidad de planteamientos similares y a menudo fallidos que un lector habitual puede encontrarse si se adentra lo suficiente en el género de la fantasía épica. Pero Andrés Díaz sabe muy bien hacia donde quiere dirigirnos y como evitar enfangarse en los lodos con los que otros se dieron de bruces. Todo en “El Camino del Acero” tiene un porque, el argumento está muy bien hilvanado, tanto como el mundo de Durba. El autor dibuja con acierto las estructuras sociales, militares y políticas de un mundo convulsionado y en constante evolución, enfrentando con acierto las primeras creencias del protagonista con la dureza de un universo nuevo y que pone a prueba su capacidad de adaptación. Podría decirse que la novela trata como pocas veces he podido disfrutar del eterno conflicto entre las ideas y el deber, entre los ideales y la practicidad. Carlos Alonso cree en valores como la amistad, el amor, la fraternidad y el perdón, pero como Dargor Atur se encuentra un mundo donde se premian el valor y la crueldad práctica, que tan solo entiende como correcto aquello que proporciona un bien inmediato. El amor y la amistad no unidas por la conveniencia son, en el mejor de los casos un lujo mal visto, y normalmente una debilidad propia de timoratos. La crueldad no está asociada a la maldad, sino que es parte de la vida de un universo cambiante y peligroso que no entiende de otra virtud que no sea el valor.

El personaje principal evoluciona de forma coherente y acertada, jamás el lector siente forzados los diálogos ni las acciones, todo ocurre por alguna razón, y al final uno siente que todas las hebras de la trama se hilvanan en un solo tronco y todo termina encajando. Es una lectura densa, no solo por las más de 500 páginas, sino por la complejidad del relato y las fantásticas perlas filosóficas que también desgrana Andrés Díaz. Porque El “Camino del Acero” no es tan solo una novela de aventuras y superación personal, sino también una crítica a la idealización del mundo tal y como lo conocemos, una ácida mirada hacia la épica que normalmente se publica. El autor nos obliga a mirar dentro de nosotros mismos y a través de los personajes enfrenta dos visiones de la realidad contrapuestas. Las variopintas sociedades de Durba nos ayudan a comprender este brutal mundo, y facilitan la crítica constructiva a los valores tradicionales. No solo trata temas tan trillados como el honor o el valor de forma honesta, sino que también enfrenta a los personajes con sus creencias más íntimas. El ejemplo más adecuado lo tenemos en la existencia de Etria, una de las ciudades-estado donde las que mandan son las mujeres, auténticas guerreras que sojuzgan a los hombres y les reducen a un rol de sirvientes y juguetes sexuales que las féminas soportan en el resto de ciudades-estado de Durba. En un momento de la novela, ambas visiones del mundo llegan a encontrarse, y de las chispas de la fricción, el lector puede extraer muchos planteamientos críticos hacia unos y otros muy valiosos. Las mujeres, consideradas en Sarlia poco más que “el descanso del guerrero”, demuestran sus virtudes como luchadoras y organizadoras, al mismo tiempo que presentan sus debilidades y algo de su humanidad perdida.

Dargor se enfrentará a numerosos peligros en Durba, y su ingenio y capacidad de adaptación se verán comprometidas a menudo, pero siempre sin olvidar las frecuentes muestras de reflexión y filosofía, imprescindibles para entender un mundo que le resulta ajeno y a menudo incomprensible. Por supuesto, el eterno enfrentamiento entre filosofía y religión también estará presente, personificado por los Pensadores, y el Culto al Vigilante. Ambas visiones del mundo se disputarán la atención y el apoyo de Dargor, y sus máximos representantes, el ciego Orblad y Nigur, intentarán influir en él. Son memorables los capítulos en los que ambos intentan influir sobre Dargor, quizá los diálogos más complicados de hilvanar y al mismo tiempo más atrayentes, aunque no hay nada prescindible en “El Camino del Acero”. Algunos personajes resultan ser sinceros y honestos, mientras que otros presentan su doble cara en los momentos más comprometidos. Andrés no hace concesiones de ningún tipo: lleva a la trama de la mano y es honesto con el lector al ciento por ciento, hace lo que es necesario y no se deja llevar por el sentimentalismo. La realidad pega constantes bofetadas en la cara a Dargor, pero al mismo tiempo hay puntos más esotéricos y sobrenaturales en Durba, representados por el misterioso Culto al Vigilante y la roca que se sostiene en el aire y también por las extrañas criaturas que el protagonista va encontrándose por esta nueva tierra.

También la enseñanza se ve cuestonada en la novela. En un mundo tan parecido a la Antigua Grecia, Sarlia parece una mezcolanza audaz entre Atenas y Esparta, más cercana a la segunda que a la primera. La educación de los jóvenes se basa en la fortaleza, y Dargor-Carlos enfrentará su visión “democrática” y contemporánea de la misma a la imperante en Sarlia. El resultado de esta lucha será una visión honesta y sin edulcorar sobre las necesidades del mundo y la educación de las futuras generaciones en un medio hostil. La mirada del protagonista es siempre inquisitiva, y con el paso del tiempo se endurece pero sin perder la curiosidad ni la capacidad de juzgar un mundo cambiante y variopinto.

El título puede resumir acertadamente la novela: el camino que Dargor recorre le llevará a la verdadera comprensión de qué significa servir al acero, de conceptos filosóficos tales como el honor, la inmortalidad, la amistad, el amor, la fuerza,… “El camino del acero” no es una simple novela de aventuras y espada, sino que la acción es la piedra angular que permite al protagonista y al lector avanzar juntos por la senda de la comprensión. El origen de la misteriosa fuerza que ha catapultado a Carlos hacia el cuerpo de Dargor y a este nuevo mundo también será la incógnita principal que se mantendrá hasta el final, uno más de los misterios de la novela.

Una novela excepcionalmente escrita y planteada, con giros argumentales en absoluto forzados y con la honestidad por bandera. Una mirada ácida e inquisitiva que se posa en los tópicos del género como un halcón lo haría en su presa, unos diálogos más propios de un maestro de la fantasía épica que de un joven escritor, una acción salvaje sin concesiones, un lenguaje siempre acorde con la personalidad de cada personaje, y un mundo descrito de forma robusta y sin fisuras. Todo ello y más podemos encontrarlo en “El Camino del Acero”, sin duda un descubrimiento, quizá el lanzamiento del año en España del género. Merece la pena, de verdad. Esperemos que tenga la repercusión que merece, porque sería una pena que la novela quedase sepultada entre el aluvión de novedades editoriales. El ritmo constante y la profundidad del argumento y el dibujo de personajes y lugares nos lleva a un mundo creíble como pocos, que disparará la imaginación del lector avezado y del principiante, al mismo tiempo que nos provoca con la exhibición de unos valores tan extraños a esta sociedad en la que vivimos, a menudo avanzada, en ocasiones tolerante, pero normalmente permisiva y paternalista.

Existe una página oficial del libro, donde podéis encontrar, aparte de datos sobre el libro y su autor, varios avances de “El Camino del Acero” (los primeros capítulos y el capítulo cero narrado), y varias de las ilustraciones que jalonan la edición de Ábaco.