sábado, julio 29, 2006

Cuentos de viejo

-¡Abuelo, cuéntamelo otra vez! –gritó el pequeño Pedro, mientras se subía a mis rodillas una vez más.

-¿El qué, otro cuento, o porqué te toca recoger tu cuarto de una vez? –respondí, mientras le miraba con gesto serio. Pero él me conoce de sobra, y sin duda sabe que soy incapaz de recriminarle nada, ni siquiera que se pase todo el día tironeándome irrespetuosamente de la barba cana y supuestamente respetable. Por toda réplica, me miró como si pudiera leer mis pensamientos y me apremió.

-¡El cuento de los Antiguos! ¡Quiero el cuento, abuelo! –insistió, botando dolorosamente (para mí) sobre mis sufridas piernas.

-Está bien, pero cuando termine te irás a tu cuarto y no saldrás hasta que lo hayas recogido todo, o jamás volverás a oír ningún cuento de mi boca. –le espeté, poniéndome todo lo serio y digno que pude.

-¡Oh no, abuelo! ¡Mami me dijo que podría salir luego con los amigos a la ciudad para buscar Restos! Volveré por la noche, y recogeré entonces… ¡venga abuelo!

-De acuerdo… -me rendí, una vez más, acariciándole los cabellos-. Mira, hoy te hablaré también de los Malditos. No sé si los mencioné alguna vez, pero comencemos por el principio…

-Nunca los mencionaste… ¿quiénes eran?

-Todo a su tiempo, todo a su tiempo, diablillo, quieres saberlo todo en cinco minutos… eran distintos de nosotros, pero no tanto como podría suponerse. Desde luego, no tenían Conciencia. ¿Recuerdas lo que te enseñaron en el colegio? Pues apenas había nacido cuando vivían los Malditos, apenas se podía apreciar el inicio de la Conciencia entre los humanos de entonces, y desde luego los Malditos intentaron sofocarla desde un inicio. Sin embargo, como puedes ver, no lo consiguieron. Pero hicieron cosas odiosas.

-¡Vaya, no existía la Conciencia!, debió ser un mundo horrible…

-No tanto. Es cierto que para muchos humanos la vida era dura; las guerras jamás dejaron en paz al planeta y mucha gente se moría de hambre, pero para otros muchos la vida era agradable, comían bien, tenían distracciones, juegos, había libros, espectáculos,… mucho no puedo contarte sobre eso, apenas lo que mi abuelo me contó a mí en sus cuentos, cuando era yo quien me subía a sus rodillas, como ahora haces tú. Hoy en día nadie puede pensar que se pudiera vivir sin Conciencia, pero antes todo era distinto, y sin embargo los seres humanos estaban ahí, desprovistos de ella.

Hace tiempo te hablé de la Pre-conciencia, de cómo los humanos iniciaron el camino, ¿lo recuerdas? En la escuela os enseñan que nunca existieron esos tiempos, que la Conciencia estuvo ahí desde un inicio. Pero eso no asegura la Tradición Oral, nuestros ancestros afirman otra cosa. ¿Ves la ciudad a la que váis de vez en cuando a por Restos? ¿Te parece hermosa?

-Es extraña, abuelo… todo está destrozado, y no se oye nada salvo nuestros pasos, todo está quieto y muerto, los animales evitan entrar en ellas. Cuando viajamos hasta allí todo son risas, jugamos a perseguir conejos mientras caminamos, pero al llegar allí nos callamos, no sé porque… y no volvemos a hablar hasta que salimos.

-Jamás verás a un animal entrar en las ciudades, ellos tienen Conciencia desde siempre, nacen con ella… los animales “saben” lo que los humanos han de aprender. Las ciudades, en los tiempos de los Malditos, no eran como ahora. La gente vivía sobre todo en ellas. Ahora todos formamos parte de la Conciencia, somos un solo planeta unido, pero en aquel tiempo los humanos estaban divididos en “países”.

-¿Países? ¿qué es eso? –abrió los ojos de par en par.

-Pues cada país era una parte del mundo, y tenía sus propias leyes e intereses… a muchos no les importaba lo que sucediera en otros mientras ellos no se vieran perjudicados.

-Oh, vaya…, y ¿cómo pudieron vivir así?

-Eran otros tiempos, Pedro… creían que la Conciencia sería un freno para ellos. No querían equilibrio, tan solo ser los más ricos. En fin… en los países había muchas ciudades, y en los más ricos eran mayores aún de lo normal. Llegaron a vivir millones de personas en algunas de ellas, miles de millones en todo el planeta. Los tesoros que de vez en cuando encontráis fueron sus pertenencias… las cosas hermosas de las ciudades son reliquias de un pasado brillante que un día se oscureció. Hoy en día ese pasado tan solo son ruinas, se ha perdido para siempre. Los humanos confiaron en las máquinas, y su orgullo les traicionó.

-¿Máquinas, abuelo? ¿Qué es eso?

-Tú has visto como producimos la comida… aunque seas un holgazán que aún no hace más que jugar y engullir platos –me reí, para quitarle un poco de seriedad al cuento, aunque él no estaba por la labor de permitírmelo.

-¡Oh, vamos, aún soy pequeño para esas cosas! –dijo, visiblemente enfadado y cabizbajo.

-Eso digo yo, pero tu padre tiene otras ideas… pero en fin, ¿qué estaba diciendo? Ah, sí, las máquinas. Ahora usamos animales y pocos artilugios solares para trabajar la tierra, pero antes, los humanos usaban muchos artefactos complicados de mantener y usar para ello. Producían grandes cantidades de comida y otros objetos curiosos e inútiles, aunque muchos se morían de hambre. Utilizaban máquinas para desplazarse, cazar animales e incluso matar a sus semejantes. Y esas máquinas consumían carburante. Antes de que vuelvas a preguntar, te diré que el carburante se utilizaba para propulsar esas máquinas, para ponerlas en movimiento. Incluso el mismo carburante era usado para producir algo llamado plástico, que los humanos utilizaban también en la medicina y en la vida diaria. Mi propio abuelo me contó que hubo un tiempo en que muchos humanos tenían acceso a ese carburante, así que muchos de ellos tenían máquinas propias y podían hacer cosas que ahora nos están prohibidas. El plástico era algo muy común y útil. Sin embargo, poco a poco, el carburante comenzó a escasear, y solo los más ricos de entre los hombres pudieron hacerse con él. De esta forma, muchas máquinas comenzaron a ser inútiles, puesto que no podían ser propulsadas… y mucha de la comida que se producía hasta entonces dejó de llenar los almacenes, al no poder cosechar ni transportar la comida que había. Millones de personas murieron por la escasez de alimentos, incluso de agua… la industria médica se colapsó al no poder fabricar nuevos elementos plásticos. Esto, mezclado con el pobre consumo de agua, obligó a todos a buscarla en los lugares menos salubres, con lo que las epidemias comenzaron a dispararse. Los países comenzaron a atacarse los unos a los otros por los últimos yacimientos de carburante, con máquinas propulsadas por el poco que les quedaba. Solo unos pocos millones de seres humanos quedaron vivos, y aprendieron…

-¿Pero no podrían haberlo evitado? Tantos millones… y casi todos muertos. Ahora no hay guerras, ¿verdad abuelo?

-No, hace ya muchas vidas que no las hay, Pedro… ellos podrían haberlo evitado todo, la casi aniquilación de la humanidad. De hecho, desarrollaron otros carburantes, que producían las plantas sin necesidad de buscar yacimientos. Tenían energía solar, como nosotros ahora, y eólica, utilizaban el viento para producir electricidad… incluso algunos de entre ellos advirtieron al resto de que el carburante que más utilizaban se terminaba poco a poco.

-¿Pero si tenían todo eso… cómo pudieron morirse de hambre o de guerra? –preguntó Pedro, con los ojos abiertos como platos una vez más.

-Verás, todo lo que los humanos hacían consumía carburante, y casi todas las máquinas utilizaban el mismo: petróleo. Cuando éste se acabó o fue demasiado difícil conseguirlo, todo comenzó. No supieron o no quisieron cambiar a tiempo de fuente de energía. Los Antiguos siempre creyeron solucionarlo todo con la fuerza. Pero llegó la Gran Hambruna, y ni una sola de sus preciosas máquinas pudo evitarlo. Las armas resultaron con el tiempo inútiles, y todas las ambiciones de los Malditos cayeron en la nada. Muchas voces se apagaron tras el Holocausto, todo su orgullo se consumió en la nada.

Pudieron haber basado sus industrias en otra fuente de energía… tenían mucho poder comparados con nosotros. Si hubieran aprovechado esto para cambiar su mundo, todo se hubiera evitado, Pedro. Pero no quisieron, y muchos humanos sufrieron por ello.

Pero los supervivientes aprendieron de su error, por primera vez desde que el hombre es hombre. Impusieron un gobierno único basado en una Conciencia común, en el conocimiento, en respetar el medio ambiente y en la prosperidad, y los humanos lo aceptaron, vencido su orgullo. Fue más sencillo al sobrevivir apenas unos pocos millones, pero el mundo que ahora vivimos puede cambiar de nuevo, y la ambición nublar los corazones de los hombres. Aún hoy entre nosotros, cientos de años después del Holocausto, se alzan voces que nos empujan a estudiar las ciudades de los Antiguos y aprender su ciencia. Estos, cuyo pensamiento no se diferencia mucho del de los Malditos, se creen herederos de los seres humanos que pusieron todo el planeta bajo su dominio, y creen que debemos dejar a un lado la Conciencia.

Pero precisamente por eso no hemos vuelto a reconstruir las ciudades, Pedro. Desde las guerras no nos acercamos a ellas, no queremos aprender la ciencia de los Antiguos. Nos bastan nuestras máquinas a propulsión solar, los pocos combustibles biológicos que hemos desarrollado. Y conservamos las ciudades destrozadas por las guerras como un monumento a lo que ocurriría si nos apartáramos del camino que transitamos ahora. Los Antiguos nos hablan desde sus mortajas, o al menos así lo contaba mi abuelo.

-¡Vaya, qué cuento! Pero seguro que no me has dicho todo lo que sabes de los Antiguos… -me miró con cara suspicaz, como si quisiera traspasar mis pensamientos.

-¡Por supuesto que no! ¡Qué clase de abuelo sería si dejase que mi nieto supiera lo mismo que yo! -me puse a reír y le bajé de mis rodillas-. Bueno, ahora ve a jugar una vez más, y la próxima vez que te acerques a la ciudad en busca de Restos piensa en lo que te he contado. No somos tan distintos de la gente que murió allí, Pedro. Los Antiguos nos siguen hablando desde sus mortajas...



P.D.: tonterías que me da por escribir en cuanto tengo cinco minutos libres. Sin duda es corto y demasiado moral, pero me apetecía romper con el habitual modo de postear del blog xD