jueves, octubre 20, 2005

Poder (o el arte de joder bien al personal)

Muchos sabréis que suelo leer al menos una vez cada dos días el blog de Meliam (incluso la tengo en enlaces, sí, aquí a la derecha). Hoy, echando un vistazo a ese rincón de la red, me he encontrado con un curioso post donde hacía referencia a un artículo de un amigo suyo: Wolffo, el cual os recomiendo encarecidamente. Cuenta una historia que no os voy a desvelar en este párrafo, ya que es de las cosas que hay que leer sin que previamente te las estropee un idiota (si podéis hacerlo antes de seguir con este post, me lo agradeceréis luego).

El caso es que esa historia verídica me ha hecho pensar sobre el poder personal de acción que todos tenemos y como algunos gilipollas lo usan para joder a los demás. Aviso (quizá debí hacerlo hace rato) que este mensaje va a estar llenito de tacos, ya que aparte de que el tema lo pide a gritos, los condenados palabros tienen ganas de salir de mi boca, hace mucho que me comporto como un animal domesticado, fisno y reprimido, verbalmente hablando.

También todos llevamos dentro una bestia, sí, todos, sin excepción. Incluso los seres más pacíficos y "normales" (entrecomillo el adjetivo porque es el más relativo del mundo mundial) escondemos un peligroso resorte, preso a liberar una tormenta de rayos y truenos en defensa de nosotros mismos, la violenta reacción de un Ángel Vengador, destructor, vengativo y justiciero.

Ese mismo poder de acción y de reacción que todos poseemos es lo que nos hace peligrosos, y en ocasiones dañinos. La historia de Wolffo cuenta la vida de una dulce amiga suya "hermosa pero obesa" y con poca suerte con el género masculino, que conoce a alguien de quien se enamora y con quien se casa. Decir que no la trató muy bien es decir poco: como sería la cosa que un día, harta de tanta soplapollez y maltrato, le corta las manos y las bowlings y le deja morir. A continuación, llama a la policía y aguarda esperando en su casa a que venga ésta. Ahora está en la cárcel, pagando su crímen, su ojo por ojo y diente por diente particular. A él, el descanso de la losa, y a ella, la fría cárcel.

A veces, la vida es una mierda.

Tras aguantar carros y carretas durante años, en silencio y con resignación, con el orgullo mellado y el cuerpo ultrajado, la bestia despertó. La tormenta, fraguada en insomnes noches de dolor, por fin se desató y arrolló por completo al causante de su desgracia. Y al trullo, porque no hay juez que libere a una bestia que ya ha enseñado los colmillos.

Y él, tras hacer de su capa un sayo y de su mujer una alfombra, obtiene el descanso y el olvido eternos. Tendrá que comer en el infierno con una pajita lava fundida, y olvidarse de acosar a las diablas, eso sí.

Mientras, a ella le toca rumiar su desaliento por los barrotes.

Justicia, por lo visto.

Todos tenemos el poder de hacer daño a otros, aquí nadie se salva. Todos, en algún momento, nos convertimos en gilipollas integrales o en vengadores justicieros. Pero hay que conocer el límite y pararse antes de hacer algo irreversible. Donut... fuerza, y recuerda que tarde o temprano, la luz se filtra hasta por los barrotes.