sábado, septiembre 16, 2006

Luna de miel en Lanzarote y Fuerteventura

Los dos en la CuevaLa presente crónica de la luna de miel es un poco larga (más bien es un ladrillazo del copón), y está ilustrada con más de sesenta fotos del viaje, que podéis ver en las miniaturas y los enlaces en negrita. ¿Porqué algo tan largo? Pues la verdad es que el viaje me ha impresionado tanto que no he podido hacer menos. Ahí va :-)

Tras habernos casado felizmente, sin apenas contratiempos, con buena comida y unos divertidos festejos, tras todas las despedidas de los seres queridos y el recuerdo para los que faltaron por unas u otras causas, llegó el turno a la luna de miel. La esperábamos como agua de mayo, ya que, aunque todo salió bien y hacía tiempo que estábamos de vacaciones (sobre todo yo, aunque con varias visitas a la oficina), nos encontrábamos notablemente cansados, tanto física como emocionalmente. Tras unos días en Santes Creus, donde nos casamos, y la despedida a mis padres, nos fuimos a casita.

Con la casa recogida y limpia casi como cuando la estrenamos (aún recuerdo el hartón que nos pegamos para que estuviese decente y pasase la inspección de mi madre en su primera visita, si incluso pintamos el pasillo), nos pusimos a hacer las maletas. En total llevábamos tres rígidas llenas de ropa y complementos varios (una enorme, otra normal y otra más chiquita), y alguna que otra bolsa de mano, más otra maleta de tela vacía y plegada dentro de una de ellas, en previsión de los regalos que tendríamos que traernos de vuelta. ¡Tantos bultos!

Tras terminar de hacer las maletas a altas horas de la noche, nos fuimos a dormir para despertarnos tempranito e ir al aeropuerto. Una vez allí, acompañados por el suegro, salimos del coche y nos dirigimos a recoger los pasajes y facturar las maletas. Entonces nos damos cuenta: ¡los piscolabis! Nos habíamos dejado las cosas de comer en el coche del suegro con las prisas. Le llamamos por teléfono, da toda la vuelta al caótico aeropuerto de El Prat y regresa con la comida. Ya seguros de no habernos dejado nada imprescindible, vamos a por los pasajes. Nos dirigimos antes a la oficina de Soltour, tal y como nos habían comentado, pero la chica, tras esperar un rato, nos dice que no hace falta, que nos podemos ir a la ventanilla de la compañía aérea, y rápidamente, corremos a hacer cola entre el gentío.

Salimos puntuales en avión, con Air Europa y la típica charla de la azafata de turno: casi tres horas de vuelo, saldremos de Barcelona, atravesaremos Valencia, el estrecho de Gibraltar, Casablanca y luego, como ansiado destino, Lanzarote (el enlace conduce a un mapa de la isla, de imprescindible consulta para leer esto xD). Queremos tranquilidad y relax, y ¡por nuestras muelas que lo vamos a conseguir!

El viaje lo pasamos más o menos bien, con siestecita incluída. Los cielos están más o menos claros y se ve en ocasiones el paisaje. Los asientos son muy cómodos y espaciosos, ya que por una enorme casualidad nos toca justo en la ventanilla de emergencia, y están obligados a dejar más espacio de lo usual. La pega es que no puedes llevar nada suelto o encima ni durante el despegue ni durante el aterrizaje, pero bueno, es un mal menor…

Aterrizamos en el aeropuerto de Arrecife, cerca de la capital de Lanzarote del mismo nombre, y la primera impresión es realmente curiosa: muchísimo calor, sensación de humedad pero al mismo tiempo de sauna finlandesa. Por primera vez tenemos la sensación de haber dejado todo el tema de la boda atrás. La verdad, teníamos ganas de irnos lejos, pero al mismo tiempo de que la luna de miel fuese relajada, y no queríamos sufrir las inclemencias de aterrizar en un país diferente con otra lengua. En Lanzarote se tiene esa sensación: estás en otro lugar distinto, de peculiar atractivo, pero al mismo tiempo sigue siendo España.

Tras salir del aeropuerto con todas las maletas, nos conducen a la guagua, término con el que designan en Canarias a los autobuses. Tras hablar con el conductor, metemos las maletas y salimos hacia el hotel.

Mapa de LanzaroteArrecife, tal y como podéis ver en el mapa, está situada en la parte sureste de la isla, y el hotel en la suroeste, en la zona de Playa Blanca, un lugar residencial en primera línea de playa, a pocos kilómetros de Fuerteventura. Puede parecer bastante distancia desde el aeropuerto, pero realmente en Lanzarote todo está a un tiro de piedra. En autobús, puedes recorrer de extremo a extremo la isla en una hora, con la carretera que la atraviesa, en medio de campos de cultivo y casitas blanquísimas. En veinte minutos estábamos en el hotel, pero no sin antes sufrir la conducción de los amables canarios. El adjetivo no va con sarcasmo alguno, es gente realmente agradable, aunque en ocasiones uno se sienta como un guiri lo haría aquí en Barcelona: observado, algo despreciado y en ocasiones timado. Pero es normal en un sitio turístico. Lo realmente pésimo de Lanzarote es la conducción de la gente y lo deplorable de las señales de tráfico. No en vano las islas tienen el mayor índice de accidentes de todo el estado español: la gente conduce como si viviese en un rally permanente, toma las curvas como si le persiguiera el mismo diablo, da igual el vehículo que se utilice. Pero la señalización va a juego: prácticamente inexistente o confusa, lleno de pequeñas glorietas y cambios de sentido.

Tras pasar por varios hoteles, por fin llegamos al nuestro: el H10 Rubicón Palace, una auténtica maravilla que nos hizo mucho más placentera la luna de miel. Ya el vestíbulo del Rubicón impresiona notablemente: su construcción es bastante atípica para Canarias, ya que basa su decoración interior y el sustento de las traviesas de los techos en la madera, que sin duda hay que importar, ya que árboles, lo que se dice árboles, en Lanzarote apenas hay. Como podéis ver en las fotos, el interior es impresionante. Tras entrar, animadísimos, nos dirigimos a la recepción. Tras esperar un poco, ya que había otros huéspedes haciendo cola, nos dan la tarjeta-llave de la habitación y nos dirigimos a ella. Por cortesía, la dirección del hotel, al hacer la reserva y comentar que era una una de miel, nos obsequiaron sin cargo alguno una suite (habíamos pagado una doble normal), una botella de cava de una marca que no había visto jamás (Prisma, algo fuertecita), un pack de tres botecitos de mermelada (incluída una de cactus que aún no hemos probado) y el mejor regalo de todos: una entrada al Spa, que disfrutamos muy mucho.

Grandeee… la suite era bastante amplia, empezando por la cama de dos por dos metros (y no es broma), un baño más que decente y terminando por la estupenda terracita (esos edificios que se ven de fondo también son del hotel) de la que disponíamos, con una mesa y dos sillas para solazarnos con el ocaso (no las utilizamos nunca porque jamás tuvimos tiempo de pararnos). La habitación era estupenda, con un acceso bastante sencillo desde el vestíbulo del hotel, y situada en una zona tranquila, en el edificio principal, con vistas a Fuerteventura. Dejamos las maletas y nos tumbamos en la cama. Desde aquí censuro la estancia en la habitación hasta que fuimos a explorar el hotel. Espero que lo entendáis, y sino, francamente, me importa un bledo, como decía en la versión española Rhett Butler. Si queréis porno, este no es el sitio xD

Dimos una vueltecita por el hotel, que la verdad, era bastante grande. Con casi 600 habitaciones, incluyendo multitud de apartamentos y seis piscinas, varios edificios, tiendas, centro de talasoterapia (con sauna, baño turco,…), jardines, discoteca, teatro, billares, futbolines, varios restaurantes y centros de ocio… impresionante tanto por la magnitud, por la calidad y por la extremada limpieza que presidía el entorno. Una atención de primera y una orientación similar. La verdad es que si ahora mismo eligiese algún lugar donde pasar relajado otra semanita, sería ese.

Estábamos en primera línea de mar, en la zona de Playa Blanca, un bonito lugar costero con un puerto bastante pequeño pero bien cuidado, del que salían varios ferrys hacia Fuerteventura. Realmente estábamos cerca de esta otra isla, como podéis comprobar en esta otra foto: las luces del fondo forman parte de la isla. Varias playas salpicaban la costa, algunas de arena y otras de roca volcánica, pero bañadas por un mar tranquilo y de temperatura media. No es el cantábrico, pero el olor del atlántico en esas latitudes me pareció que tenía poco contenido en salitre, y su brisa era bastante agradable. Si no fuera por la dureza del paisaje en sí, de origen volcánico, hubiera resultado hasta bucólico. De día hacía bastante calor, pero por la noche una fuerte brisa, de la que eran responsables los vientos alisios, se desataba entre las rocas y el hotel, rebajando la temperatura y convirtiendo los ocasos en una dulce calma nocturna. Tras el agobio de Barcelona, la noche canaria fue como un bálsamo para nosotros, con el sordo romper de las olas en la costa.

La primera tarde y noche las invertimos en el necesario descanso, y en probar uno de los restaurantes que entraban en el “todo incluído”, régimen de pensión completa que permitía comer en dos restaurantes, un bar de snacks y beber en los centros de ocio nocturnos todo menos agua, sin cargo alguno. El buffet libre de la noche nos pareció excelente y realmente variado, y con la sensación de haber acertado en la elección del hotel, pasamos nuestra primera noche, que procedo a censurar igualmente. No sé que otra cosa pensábais que iba a hacer :-P

Ya el segundo día, recibimos la visita de nuestro agente Soltour en el hotel, que nos informó de las diferentes excursiones que podíamos hacer. De las cuatro posibles, elegimos tres; más se nos hizo excesivo, teniendo en cuenta que siete días de estancia, repletos de excursiones y visitas libres a distintos lugares, iba a responder poco a nuestro modelo de “luna de miel de relax”. Con tres bastaba, a saber: una a Jameos del Agua, al extremo nororiental de la isla, otra alrededor de Lanzarote y otra a Fuerteventura. Las excursiones son bastante baratas, entre 35 y 70 euros por persona, y son absolutamente imprescindibles, hay que decirlo.

El tiempo que no estuvimos de excursiones, lo invertimos en comprar regalos variados y en visitar algunos lugares andando (cosa que nos pareció más sana que utilizar indiscriminadamente los baratos taxis de Lanzarote). Nos recorrimos varios kilómetros de costa con algunos regalos a cuestas, mientras sacábamos fotos a todo lo que se movía y nos relajábamos con el sonido del mar y las vistas de la isla. Y claro, censurando un poco.

Playas de guijarrosTambién fuimos alguna vez a las piscinas, que disponían de saltos de agua relajantes, donde se produjo el acontecimiento trágico de la luna de miel. Nos disponíamos a pasar la tarde en la mayor de las piscinas, así que por precaución nos aplicamos cremita en la habitación (“yo te doy cremita, tú me das cremita, aprieta fuerte el tubo que sale muy fresquitaaa”, los de las mereth sabrán porque la canto) por buena parte del cuerpo. Aquí censuramos un poquito más. Bajamos, dejamos las cosas en las tumbonas y entramos en la piscina. No cubría mucho, apenas un metro y poco, así que nos ponemos a nadar un poco y a hacernos mimos como corresponde [más censura], cuando pasa el rato y decidimos subir a la habitación para ducharnos, dar una vuelta y cenar. Ya en la ducha, me miro el dedo y me asusto: “¡¡joder, no llevo el anillo!!” Se lo digo a Sonia, que se asusta “¡¡Joder no lo llevas!!…”. Aquí no hace falta que censure nada, pues no hubo violencia (menos mal) ni, por supuesto sexo, ya que perder el anillo de bodas no es un adecuado afrodisíaco. Bajamos a toda prisa y Sonia, que no se había duchado aún, inspecciona la piscina en busca del anillo. Yo me dedico a mirar por el exterior, no vaya a ser que se me hubiera caído en las tumbonas, aunque recordaba haberlo llevado en la piscina. No lo encontramos, y desesperados, nos dirigimos a recepción a avisar de la pérdida. Nos comentan, muy amablemente, que si alguien lo devuelve, lo dejarán allí, que preguntemos. Sonia hace un nudo a uno de nuestros pañuelos, mientras repite la plegaria: “San Antonio bendito, si no me lo encuentras no te lo quito”, convencida de que eso ayudará a que aparezca el anillo. Yo me muestro escéptico, pero aún así la animo “por si acaso”: todo lo que pueda hacerse para recuperarlo, es bueno.

Jameos del Agua De mala leche y hastiados, nos vamos a cenar. Esa noche tuvimos la primera excursión, a Jameos del Agua, en el extremo nororiental de la isla. Los Jameos del Agua es el extremo del tubo volcanico que une el mar con la llamada Cueva de los Verdes (de la que luego os hablaré) y la montaña de la Corona. Durante las erupciones junto al mar, la lava colapsó hacia fuera en burbujas y se enfrió, formando grutas alargadas con aberturas al exterior, semejantes a burbujas que explotan en el chocolate caliente (el símil es de una de las guías de otra excursión, no mío, pero muy apropiado). Tras enfriarse la lava por estos conductos huecos, el agua formó pequeños lagos internos, y en los Jameos precisamente habita una curiosa especie de cangrejos albinos y ciegos, que los lugareños denominan “jameítos” (“Jameo” es un vocablo local que no existe en castellano). Estos animalicos son muy sensibles al ruido, y estuvieron a punto de morir por la costumbre de la gente de lanzar monedas al lago, que se corroían y afectaban a estos invertebrados. Pudimos apreciar unas pequeñas motas junto a las monedas, y apreciar un poco menos el minúsculo tamaño de los jameítos, apenas de una cuarta parte de las monedas. A partir de ese momento, los jameítos para nosotros eran “caspas”: blanquitos y poca cosa.

La leyenda dice otra cosa con respecto a los jameos del agua: cuentan que un berberisco se enamoró de una muchacha cristiana. Él la sedujo con promesas y baratijas, y durante un tiempo se encontraron apasionadamente en ocasiones, haciendo gala de su mutuo amor, pero un dia ella se cayó al fondo transparente del lago interior de los Jameos, que se abrieron para tragar el cuerpo de la pecadora. Él lloró por su amada hasta que no le quedaron lágrimas, y su espíritu se le apareció una noche suplicándole que peregrinara descalzo por el áspero "malpei" (o “malpaís”, como se llama al suelo recubierto por coladas de lava), cosa que hizo. Tras lo cual, los sacerdotes lo bautizaron como cristiano (personalmente prefiero el método tradicional, el agua en la frente y listos). Algunos aseguran que aún en ciertas noches se pueden oír sus lamentos sobre la superficie cristalina del lago.

Mithrand en Jameos del Agua tomando una clara En el interior de la gruta dejada por el paso del magma, han instalado un bar de copas, con un pequeño escenario donde pudimos escuchar varias isas (canciones populares canarias) y tomar unas copichuelas. Para tomar la foto que veis, con la tremenda oscuridad que había, tuve que quedarme muy quieto durante algunos segundos, y con el obturador abierto la cámara hizo el resto. Realmente precioso el lugar; al parecer, fue el primer centro turístico que se creó en la isla, bajo la dirección de César Manrique, un hombre al que adoran con razón, y que es responsable de muchos proyectos medioambientales y turísticos de Lanzarote. Era como Gil y Gil pero en bueno, estaba en todo, forma parte de muchos lugares que hoy son santuario de Lanzarote.

La guía nos contó muy pocas cosas: no sé si era por la nocturnidad de la excursión, pero apenas nos obsequió con una pequeña redacción repleta de repeticiones, malas definiciones y vaguedades que consiguió que no nos enteráramos de nada. Menos mal que la guía de la siguiente excursión nos informó un poco más. Tras una noche agitada, volvimos al hotel tras otra hora de viaje en autobús. Y no os preocupéis, esta vez no censuraré, ya que no hace falta. Íbamos tan agotados, que no hubo más que hacer que dormir y descansar. Se siente, para una vez que lo iba a contar todo con pelos y señales… xDDD

Al día siguiente preguntamos en recepción si habían visto el anillo, antes de ir a desayunar. Intentaron hablar con los encargados de cuidar la piscina, que la aseaban cada noche, por si se había deslizado por los filtros del agua, pero fue imposible, nos comentaron que pasásemos en otro momento, cosa que hicimos más tarde. Al parecer, una mujer lo había encontrado, y muy amablemente, lo había dejado en recepción. Bendiciendo mil veces a la mujer, me pongo de nuevo el anillo en el dedo y nos vamos felices como ostras. Ni que decir tiene que cumplimos nuestra palabra: deshicimos el nudo del pañuelo, como manda la tradición. A veces compensa creer con fe ciega, creedme :-D

Por la tarde fuimos a invadir el Spa con la invitación que nos había dado el hotel. Si existe el cielo en la tierra, está en Lanzarote, más concretamente en ese hotel. El centro de talasoterapia es impresionante: piscinas con aguas termales, chorros de presión, sauna, baño turco, distintos pasadizos inundados con aguas aromatizadas o con gravilla en el fondo para masajear las plantas de los pies, y un río simulado con corrientes artificiales. Y, por supuesto, dos jacuzzis. Estuvimos cuatro horas metidos allí, y terminamos de lo más relajados, en serio, una absoluta delicia. Sin duda repetiremos en otra ocasión, sea allí o en otro lado xD

La siguiente excursión era la que más esperaba. Incluía una visita a El Grifo, tierra de viñedos, a la Cueva de los Verdes, al Parque Nacional del Timanfaya y, sobre todo, lo que más ansiaba: una vueltecita encima de un dromedario. La guía era una señora simpatiquísima, una italiana que parecía de la misma isla, por el cuidado que ponía en sus explicaciones y por el “nosotros” que presidía la conversación siempre que hablaba de los habitantes de Lanzarote. Ese día vimos bastantes cosas. Vayamos por partes.

La Cueva de los Verdes estaba al ladito de Jameos del agua, así que nos tocó todo un viajecito en guagua hasta allí de nuevo, tras recoger por diferentes hoteles a otros compañeros de viaje, varios españoles y portugueses bastante amables.

Fotografía de la Cueva de los VerdesLlegamos a la Cueva de los Verdes, donde también el magma había formado túneles como en los Jameos del Agua, solo que en este lugar las aberturas son interiores, y no están a cielo abierto, como ese lugar. También se entraba por una gruta, pero los corredores por donde la lava había pasado eran bastante más largos y en ocasiones practicables, merced a un camino que habían pavimentado ligeramente y a unas luces que habían instalado en el interior, para iluminar. Los pasajes eran preciosos pero angostos, y allí descubrí en toda su plenitud el maravilloso mundo del obturador de la cámara réflex digital. Sonia me instruyó en su uso, muy adecuado para zonas de luz tenue. La cámara deja el obturador abierto hasta que consigue suficiente luz para realizar la fotografía en condiciones más o menos óptimas de iluminación. El problema es que todo ha de estar absolutamente quieto durante la exposición, porque de lo contrario la foto saldría desenfocada. A base de intentos, conseguimos hacer unas sorprendentes y preciosas fotografías del interior de la Cueva de los Verdes. Al menos había dos pisos diferenciados en la cueva, y comenzamos la excursión por el inferior, para salir por el superior. La excursión interna dura cerca de una hora, y en ocasiones los pasadizos, franqueados por lava solidificada con óxido de hierro y otras sustancias colorantes en su superficie, son tan angostos que uno tiene que casi arrodillarse para pasar. Desde luego no es apto para claustrofóbicos.

En cierto momento, tras haber visitado el pasillo inferior, la guía nos indicó que esperásemos, porque aún había un grupo en el superior. Cuando se fueron, nos hizo pasar, pero no sin antes indicarnos que no hablásemos para no “romper la magia”, y que una vez arriba, elegirían a alguien para que lanzase una piedra por un despeñadero, para que pudiésemos apreciar su profundidad. Una vez arriba, con todos reunidos en el borde del desfiladero, eligió a una mano “inocente”, que lanzó una piedra. Ahí se desveló el secreto de la Cueva, que no se ha de divulgar a nadie que no la haya visitado antes. Yo, por respeto a la guía y a los habitantes de Lanzarote, tampoco lo hago, os quedáis con las ganas :-P

Os recomiendo pasar por la Cueva de los Verdes si alguna vez vais a Lanzarote, es imprescindible, aunque conozcáis el secreto :-D

Tras salir de allí, nos dirigimos al mirador de Haria, que dominaba toda la zona y desde el que incluso se veía el mar. En esta atalaya había un puesto de comidas y una tienda de recuerdos, donde comimos unos churros de pescado buenísimos, papas arrugadas (patatas cocidas al punto de sal) y un pastelito de canela con coco encima. Vimos también unos curiosos helechos que crecían sin maceta colgados del techo. Tras tomar algunas fotografías, enseguida seguimos viaje.

También pasamos por unos curiosos viñedos de camino al Parque de los Volcanes, en El Grifo, donde el peculiar clima de Lanzarote permite incluso la cosecha de vino. La bodega fue fundada en 1775, varios años después de las erupciones de Timanfaya, y plantan los viñedos de una forma peculiar pero que allí es habitual a casi cualquier tipo de cultivo: hacen un hoyo en la tierra volcánica, y lo protegen con un muro de piedra refractaria propia de la zona, para que no lo sepulten los vientos alisios, y allí plantan la vid. Las viñas cubren una buena superficie de terreno, y hacen tres tipos de vino: uno blanco, un tinto y un moscatel. Primero probamos el blanco, que resultó bastante insípido, y luego nos dieron a probar el moscatel, muy dulce y grato al paladar. Ya en el colmo de la valentía, y pese a las advertencias de la guía, quise probar el tinto. ¡Qué cosa más horrible! En serio, parecía un vino picado, avinagrado, funesto y untuoso, malísimo. Hay que tener en cuenta también que es más difícil que la vid encuentre buen sustento en esa tierra, pero el tinto está “de muerte”. Cogimos un par de botellas de moscatel, una para nosotros y otra para el suegro, como curiosidad, y nos fuimos.

Sonia y Mithrand en dromedarioAhora tocaba el pequeño pero intenso recorrido en dromedario. Cuando llegamos al aparcamiento de los de dromedarios (de una sola joroba, por si alguien no lo tiene claro), habría unos cincuenta de estos bichos diseminados en filas en un terreno aplanado, y grupos de turistas se iban subiendo a ellos y avanzaban por las laderas, mientras otros grupos iban llegando y “aparcando”. Tras bajar de la guagua, uno de los conductores de dromedarios, un árabe muy silencioso de mediana edad, nos organizó por parejas y nos subió a las sillas para dos personas. Distribuía bien el peso, intuyendo el de cada persona y añadiendo un contrapeso para equilibrar. A nosotros dos nos hizo intercambiar los lugares, pero le dijimos que pesábamos más o menos lo mismo. Nos creyó y nos situó a cada lado del dromedario. El bicho, que tenía muy malas pulgas, cuando nos vió llegar, y pese a estar sentado, enseguida flexionó el cuello hacia atrás e intentó atacar a Sonia, que trastabilló y por poco se cae de espaldas al suelo. Al fallar, el animalico cabroncete cambió de lado y lo intentó conmigo, pero rápidamente dí un saltito atrás y quedé fuera de su alcance, o eso pensé. El cabrito apuntaba bien, directamente a mis partes nobles, y debió quedarse con las ganas, porque inmediatamente lo intentó de nuevo. Por fortuna, reaccioné a tiempo y me protegí, así que tan solo pudo alcanzarme en el muslo de la pierna derecha. El conductor le dio un correctivo y enseguida pudimos subirnos. Nos ató una especie de cinturón de seguridad rudimentario de lado a lado de la silla (de cuerda, vamos), y nos agarramos con las dos manos en los asideros de ésta. Aseguró al resto de la caravana y comenzamos la ascensión. Nunca había ido en camello, y he de reconocer que me gustó mucho. La sensación es bastante curiosa: al montar sobre una silla para dos, ésta se balancea continuamente de un lado a otro según el dromedario apoya unos pies u otros para avanzar, así que tan pronto bajas como subes mientras avanzas. En nuestro caso, el dromedario cuya cabeza estaba atada al nuestro no paraba de golpear contra el vestido y las zapatillas de Sonia, para irse cada poco a mi lado y acosarme. Pero debió atraerle los colores con los que mi mujé (que raro suena) estaba vestida, porque se pasaba el tiempo con ella. Prueba de ello es esta foto, que Sonia pudo hacer metiendo la cámara entre sus pies y enfocando al acosador hacia atrás. A la vez, nuestro dromedario, como si sintiera celos, pasaba el rato intentando golpear con la cabeza a los jinetes del animal que teníamos delante. Y solo golpear, puesto que los dromedarios tenían la cabeza metida en una especie de bozal metálico cubierto de tela, que evitaba que mordiesen o escupiesen a la gente, cosa que al parecer les encanta hacer. Los de delante eran una pareja de mediana edad, mañica para más señas, y el tío respondía al animal con golpes contundentes, mientras le iba amenazando: “¡¡como te me acerques te arreo!!”. Menudo duelo de titanes… por el cruce de miradas entre uno y otro, el entorno agreste y desértico y la tensión que se mascaba en el ambiente, enseguida me puse a pensar en los duelos tan característicos de las pelis spaghetti-western de Sergio Leone. Impresionante, oyes… ¿quién de los dos sería Clint Eastwood?

El recorrido no era largo, pero invertimos unos quince o veinte minutos en hacerlo. Me parecieron curiosas las pezuñas y el equilibrio audaz de estos animales. Pisasen lo que pisasen daba igual, siempre conseguían un apoyo perfecto. Finalmente, desmontamos en la misma explanada de inicio. Ya con el bicho sentado, Sonia intentó fotografiar al acosador que teníamos detrás, cuando éste, sin duda molesto por salir en el plano, casi le da un tremendo cabezazo. Suerte que, mientras ella le enfocaba, yo le grité “¡¡cuidado!!” y pudo apartarse a tiempo, porque se agachó a toda prisa cámara en mano mientras él le pasaba a escasos centímetros. Y lo mismo me ocurrió a mí con el mismo dromedario antes de desmontar de la silla, solo que me pilló de espaldas y nadie me avisó, pero me pasó también a escasos centímetros (en esta foto ya estaba agachado tras esquivarle). Malditos bichos… xD Luego, la guía nos explico que vivían como reyes, trabajando solamente hasta las cinco, siempre el mismo recorrido, bien cuidados y limpios: para ellos era jauja, pero ya se sabe que contra mejor te tratan… xDDD

Tras comer en un lugar situado antes del Parque Nacional del Timanfaya, donde la comida no estaba mal (ni se os ocurra probar el gazpacho repleto de vinagre aunque el cocido canario está bastante bien), pero los precios de la tienda de recuerdos estaban por las nubes, seguimos viaje hacia el noroeste, para entrar en el Timanfaya. Pero antes de recorrerlo.

Tras este episodio, volvimos al vehículo para entrar en el Timanfaya, donde tan solo pueden penetrar guaguas cerradas. Ni vehículos ni personas particulares a pie. Al parecer, su intención es mantener el Parque Nacional del Timanfaya totalmente virgen, y libre de los restos que las visitas turísticas son tan aficionadas a dejar diseminados: bolsas de patatas fritas, botellas de cerveza, condones,… no hay nada de eso allí. Las guaguas entran y salen y no queda más contaminación que el humo proviniente de los motores, que gracias al viento se dispersa con facilidad. No puedo decir lo mismo de la costa de Playa Blanca, donde cada poco te encontrabas con restos dejados por ahí por turistas faltos de respeto. Incluso una vez, volviendo al hotel, nos tropezamos con un gran grupo de ingleses haciendo una barbacoa en una de las playas, en plan fiestuqui, cuando están protegidas. Pero en fin, hay gente que por visitar un país ya cree que es suyo.

Parque Nacional del TimanfayaHace aproximadamente 30 millones de años que existen las Islas Canarias, situadas en la región macaronésica, formada también por los archipiélagos de Madeira, Azores, Islas de Cabo Verde y las Islas Salvajes, surgidas como consecuencia de la separación de la placa americana y la áfricana-europea y el nacimiento del Atlántico. La separación produjo una fisura, que formó una cordillera submarina, la Dorsal Atlántica. El rozamiento entre las placas oceánica y continental dio lugar a erupciones submarinas. Como continuación a estos movimientos, entre 1730 y 1736 los volcanes de Timanfaya eruptaron sin parar lava durante seis años continuados, y formaron un pasaje lunar apocalíptico en el parque, digno de verse. El fuego líquido abrasó varias localidades y cultivos, pero permitió que Lanzarote aumentara su superficie, gracias a la solidificación de la lava sobre el mar, que compone el paisaje total del Timanfaya. Verlo es realmente espectacular, no solo por lo agreste del terreno: los 25 cráteres volcánicos (el más espectacular la Tacita de Chocolate) y la soledad del lugar son abrumadoras, salida de una peli de ciencia ficción en la luna. Este, como ningún otro lugar de la isla, representa su origen, y el peligro que se cierne sobre Lanzarote si algún día los volcanes volvieran a eruptar lava ardiente. Esa sensación persiste mientras la guagua avanza por los paisajes lunares del Timanfaya. Cualquiera diría que el demonio ha querido fabricarse una casita propia ahí. Vimos basantes volcanes, en especial la tacita de chocolate, y muestras curiosas del comportamiento de la lava, como el Manto de la Virgen, una burbuja con forma de ídem que formó ésta y se solidificó rápidamente en contacto con el aire.

Tras hacer el recorrido de rigor por el parque, paramos la guagua en un pequeño mirador, donde hicimos tres pequeños experimentos guiados por la organización. El primero era sencillo: un hombre provisto de una pala, cogió en ella piedrecitas de ceniza volcánica pero aún caliente, una especie de gravilla de color anaranjado, y nos fue distribuyendo una parte a cada uno. Nos comentó antes que, si podíamos sostener las piedras con la mano cerrada nos las podríamos llevar, las únicas piedras en la isla que se permite robar al turista. Todos fueron pasándose el montón de la mano derecha a la izquierda, alternativamente, hasta que unos no podían más y las lanzaban lejos, u otros conseguían enfriarlas. Yo, que tan solo disponía de una mano por llevar la cámara en la otra, no tardé ni dos segundos en arrojar las puñeteras piedrecitas, mientras que Sonia, que disponía de las dos y más resistencia al calor, consiguió llevárselas. ¡Premio!

El segundo experimento era diferente. Querían que comprobásemos hasta que punto teníamos cerca los volcanes, así que sobre una abertura en el suelo, de la que salía un calor sofocante, pusieron un montón de paja seca, que no tardó absolutamente nada en arder. Según nos comentaron, los fuegos están aún en activo, aunque distintos sensores controlan posibles erupciones… ¡hay que ir siempre prevenidos!

El tercero ya nos lo esperábamos, nos habían advertido, e íbamos con la cámara preparada. Consistía en introducir agua a temperatura ambiente en unos orificios. Debido a la presión y a las altas temperaturas, se producía un efecto similar al de un géiser: es decir, el agua, convertida en vapor, saltaba varios metros en el aire. El momento era difícil captar en fotografía, y testigos de ello son las dos fallidas que tomé, en las que solo se ve una nube de vapor de agua descendiendo. Os enseño una de ellas.

En el interior del mirador hay una parrilla en la boca de un túnel vertical, en cuyo fondo aún descansa la lava. Los gases salen de ahí a altas temperaturas, y usan esa parrilla para asar carne para el restaurante.

Tras terminar en el Timanfaya, fuimos un ratito a las Lagunas del Janubio, en El Golfo, donde pudimos ver una curiosa laguna esmeralda, junto a una preciosa playa donde algunos temerarios se estaban bañando en medio de un insistente viento. De camino al hotel pasamos por las Salinas del Janubio, un lago de unos 1.000 metros de circunferencia que a su vez es un centro de producción, donde los “campos” de cosecha donde el agua se evapora hasta que queda la sal toman distintos colores, según el tipo de plancton que tengan. Todo esto lo vimos desde la guagua, aunque hay buenas fotos (una vez más bendita cámara). Las salinas estuvieron un tiempo paradas, pero recientemente volvieron a producir sal en las charcas.

Tras quince minutos de carretera más, llegamos al hotel, cansados pero contentos de la excursión. Habíamos visto cosas muy interesantes, y sacado multitud de fotos. Deseábamos ante todo descansar, porque al día siguiente temprano teníamos la tercera y última excursión de la luna de miel: un “safari” en jeep por Fuerteventura que prometía ser bastante aventurero. Durmimos un rato, censuro otro poco y nos arreglamos para ir a cenar al restaurante. El buffet libre estupendo como siempre, un poco de conversación, y a la habitación a descansar. Ya no vuelvo a censurar hoy… que llevamos mucho trajín y censurar dos veces en un día como que no xDD

Al día siguiente nos levantamos con el cuerpo relativamente reparado, nos vestimos adecuadamente, con bañador y chancletas, y metemos en la bolsa de mano lo imprescindible. Y por supuesto, la cámara. Bajamos al restaurante, desayunamos, siempre con el zumo de piña abriendo y cerrando la comida (mientras estuve allí bebí zumo de piña para desayunar, comer y cenar todos los días), y luego cosillas saladas variadas. Tras finalizar, vamos a la entrada del hotel, ya que tienen que recogernos allí. Pero llega la hora y nadie aparece. Dejamos pasar quince minutos y llamamos al número de atención al cliente de Soltour. No saben nada, pero llamarán a su vez a nuestro agente y nos dirán algo. Pasan otros quince minutos y volvemos a llamar. Nos dicen que nuestro agente nos llamará a su vez, que no nos preocupemos. Conscientes ya de que no saldríamos, Anacleto nos llama. Con tono de sueño, nos explica que la excursión se ha cancelado y que si la queremos hacer el jueves. Como compensación, nos dejarán en recepción dos DVD’s con información sobre Lanzarote, una especie de documentales que jamás olimos. Po fale. Podrían haber avisado antes… además, nos marchamos el viernes, y lo que menos nos apetece es hacer una excursión agotadora el día anterior, pero en fin, habrá que tragar si queremos ver Fuerteventura. ¿Qué hacemos ahora durante el resto del día, censurar? Pues no, una pena pero no, porque nos tocaba… ¡comprar regalosss!

Toda la mañana nos la pasamos en la costa de Playa Blanca recorriendo tiendas y supermercados, buscando lo que queríamos regalar a cada uno al mejor precio. Era bastante curioso, ya que los precios variaban enormemente según el establecimiento. Algunas cosas llegaban incluso a valer casi el doble de un lugar a otro. Además, casi todos los dependientes eran de habla inglesa o tenían rasgos orientales, circunstancia que me pareció sorprendente, pero luego me comentaron que la isla estaba llena de ingleses y alemanes, que no solo llegaban como turistas, sino que muchos eran residentes. Tras varias horas de compras, y cargados de paquetes, regresamos andando al hotel anhelando descanso y comida. Volvimos justo a tiempo para que no nos cerraran el restaurante, y tras comer nos fuimos a la habitación a descansar de nuestra pequeña hazaña. Por la tarde, playita y el típico plan nocturno.

El día siguiente volvimos de nuevo a las tiendas, pero esta vez a un mercadillo que se celebraba dos días a la semana en un pueblo cercano, a varios kilómetros de distancia. Fuimos andando otra vez, con calma, pero a ciegas. El hotel puso a nuestra disposición un autobús de cortesía, pero cuando fuimos a cogerlo ya estaba lleno, así que nos decidimos a ir a pie. Preguntando se llega a cualquier lado, como digo yo. Fue largo, pero lo hicimos a buen ritmo. Básicamente vendían ropa, aunque también pudimos comprar algunos recuerdos y regalos más. Redondeamos la mañana consumista volviendo hasta el puerto a pie, donde compramos los últimos presentes para familiares y amigos y cogimos un taxi desde allí al hotel. Tras comer nos fuimos a la piscina y pasamos la tarde.

El Jeep de Mithrand y SoniaY por fin la última excursión. Como la otra vez, nos levantamos pronto y demás, pero en esta ocasión sí vinieron a recogernos, pero no en guagua, sino en jeep. Tras el corto viaje al puerto, embarcamos en el ferry camino a Fuerteventura. El mar estaba en calma chicha, y tardamos nada más que doce minutos en llegar desde Lanzarote. Una vez allí, agruparon a todos los jeeps y nos dieron la charla de rigor. Ese día faltaban guías, así que nos tocó un conductor profesional que había hecho el recorrido varias veces pero no sabía tanto como los que solían hacerlo. Y él, consciente de ello, nos llevó hasta otro jeep donde el guía jefe comentaba como sería el recorrido: Corralejo, Majanicho, Cotillo, Tindaya, Vallebrón, Dunas de Corralejo y vuelta. Es decir, desde el norte, en el puerto de Corralejo, donde nos dejó el ferry, enfilamos hacia el oeste por la costa, hacia Cotillo (aquí otra foto de la playa), a través de caminos de grava y polvo, para llegar a una preciosa playa de arena orgánica blanquísima donde descansamos un rato. Luego nos dirigimos hacia el sur, hacia Tindaya, donde cambiamos de dirección hacia la costa este, la que da a África, pero esta vez por el interior de la isla. Nos detuvimos en Lajares, donde comimos, y seguimos rápidamente hasta el Parque Natural de Corralejo, ya en la cara africana de Fuerteventura, donde pudimos ver las dunas de arena, incluso pudimos rodar por una bastante empinada. Tras este episodio, fuimos a una masificada playa, y allí nos bañamos en el mar por fin, quitándonos el polvo del camino. Tras una parada de más o menos una hora, fuimos de nuevo al norte, al puerto, donde cogimos de nuevo el ferry hacia Lanzarote.

El viaje en sí estuvo genial. Me tocó de copiloto en uno de los jeeps, y lo pasé de lujo dando botes por los caminos de cabras por los que nos llevaban. Eso sí, como la caravana estaba formada por ocho jeeps, íbamos chupando el polvo de los que iban delante, y cuando me dí cuenta estaba cubierto por una fina capa de polvillo bastante molesta, pero no me importó lo más mínimo. Disfruté como un enano, y no tenía ganas de que terminara… fue quizá la excursión donde menos maravillas vimos pero la más lúdica de todas. Y los conductores estaban casi todos locos perdidos: si había dos posibilidades de seguir camino, escogían aquella que les obligaba a dar más botes o vueltas, y siempre se picaban entre ellos por ser los primeros de la caravana, echando carreras. Una vez se pusieron a conducir en círculos únicamente con los pies, sostenidos sobre el jeep, mientras los pasajeros alucinábamos en colorines y un copiloto empleado grababa un vídeo que luego repartieron previo pago, claro. Una vez, en medio del camino, pudimos ver a una ardilla cruzando… nos paramos y le echamos alguna fotito. Por lo demás, los únicos animales que vimos fueron cabras, a montones… de su leche se hace un queso bastante bueno que tuvimos la ocasión de probar y comprar. Por lo visto, nuestro conductor comentó que no necesitaban vallados, ya que tampoco tenían depredadores naturales ni adonde ir. El único peligro que corrían eran los furtivos, que de vez en cuando asaltaban los rebaños y se llevaban algún cabrito para hacerse una barbacoa al día siguiente. La excursión fue entretenida, y vimos algunos paisajes nuevos (para mí esta es una de las mejores fotos), que no parecían existir en Lanzarote.

Nos pasamos el resto del día en el hotel descansando del viaje, y lavándonos un poco. No tuvimos ánimos para hacer nada más… la excursión nos había dejado agotados.

La mañana siguiente era la última, ya que ese viernes teníamos que dejar la habitación a las 12:00 horas e irnos al aeropuerto a la una para salir a las tres y media en avión para Barcelona. Precisamente esa mañana habíamos concertado sendos masajes en el Spa, para relajarnos al dejar el hotel. En realidad, estaban programados para el jueves, pero con el cambio de día de la excursión tuvimos que aplazarlos para el viernes. Me tocaba antes a mí, un masaje terapéutico de cuerpo completo, y luego a Sonia, uno relajante de piernas, así que me tocó a mi gestionar el abandono de la habitación. A las doce ya tenía las maletas en consigna y esperaba a Sonia, para comparar experiencias en el Spa.

Mi masaje fue increíble. Nunca pensé que un cuerpo humano pudiera crujir tanto… la fisioterapeuta me arregló por completo, aunque para ello tuviera que estirar buena parte de mis extremidades y cada músculo de mi espalda. Me dio unas cuantas recomendaciones sobre posturas anatómicas y salí como nuevo. El masaje duró en total media hora justa, y sin duda repetiré en un futuro. La verdad es que me gustaría saber hacer lo que la fisio me hizo, fue impresionante, y un poco extraño, parecía un pelele en sus manos: “ahora pon la pierna así, y el brazo relajado así… relájate”, “túmbate boca abajo y relájate”,… etc. En una ocasión, pensé que me descoyuntaba del todo, parecía un nudo gordiano en pleno lío. Salí recuperado, aunque el cuello me dolía un poco.

Tomando algo en el hotelTomamos algo en el piano-bar mientras hablábamos, y dejamos pasar el tiempo hasta que nos vinieron a recoger para llevarnos al aeropuerto. Una vez allí, nos dirigimos al uno de los mostradores de Air Europa, donde facturamos las maletas. Cuando la chica las pesó, alucinamos: teníamos 22 kilos extra. Por supuesto, teníamos que pagar por ese peso extra, aunque la chica fue amable y nos quitó diez porque “tengo un buen día”. Menos mal, porque esos 12 kilos nos costaron la friolera de ¡¡75 euros!! A 6,25 euros el kilo, impresionante.

Tras el clavazo, cogimos los bultos de mano y fuimos a comer a un Burguer King, que estaba en el interior del aeropuerto, y a las tres embarcábamos en el avión. Llegamos sin novedad a Barcelona, donde los suegros nos estaban esperando para ayudarnos a llegar a casa. Les enseñamos fotos, vídeos y demás, les dimos sus regalos y nos fuimos a cenar al chino con ellos. Llegamos a casa bastante tarde y nos pusimos a dormir, totalmente agotados…