viernes, marzo 31, 2006

El argumento del volumen

El nuestro es un país de gritones. Desde pequeños se nos enseña a conciencia el socorrido arte del griterío, y a él nos encomendamos bajo cualquier circunstancia. Recuerdo que, cuando era pequeño, e incluso algo más crecido, no podía soportar los berridos ajenos, me impedían pensar. Quizá tenga algo que ver que la casa de mis padres fuera un sagrado templo dedicado a ese noble arte que cualquier español domina a la perfección desde temprana edad. Si algo me marcó profundamente fue eso, hasta el punto de tener alergia a cualquier persona que prefiera berrear a emprender un diálogo tranquilo y sosegado. Con el tiempo mi nivel de tolerancia ha subido un poco, pero sigo más o menos igual.

Sí, todos podemos enfadarnos en un momento dado, soltar a grito pelado dos o tres mentiras o verdades a medias (incluso, oh, verdades enteras) que salvan nuestro ego, o desesperarnos por la indiferencia o la situación... siempre, por muy crudo que se presente algo, nos queda el derecho al pataleo irracional. Pero mucha gente hace de esta lógica y sana válvula de escape emocional un modo habitual de conducirse.

Pero si esto ya es malo en el entorno doméstico, es más bien penoso en la "cosa" pública. Estoy francamente harto de asistir en los medios informativos al deprimente espectáculo de políticos, presentadores, tertulianos, famosillos, casposos y fauna diversa. Quizá por eso veo tan poca tele y escucho tan poca radio. Sinceramente, un día de estos tendríamos que ponernos un poco de acuerdo y olvidar ciertas formas de conducirse. Todo el mundo quiere tener razón, y despliegan sus plumas como haría cualquier pavo real del montón, gritando y haciendo aspavientos ante cualquier cosa, con una doble esperanza: atraer la atención y tener razón. O al menos, aparentarlo.

¿Qué coño arreglamos con gritar? Hablando se entiende la gente, reza el refranero, y no sin razón. Pero aquí estamos, subiendo el volumen a cualquier oportunidad, como nuestro argumento estrella.

La cosa está bien clara cuando se trata de tener razón, es fácil deducir porque alzamos la voz... ¿Pero porqué gritamos al enfadarnos con alguien? Solemos tener al objeto de nuestro cabreo a mano, no es muy lógico que la emprendamos a berreos con ella: nos oirá de todos modos. Sin embargo, sostengo una curiosa (o quizá estúpida) teoría: cuando nos enfadamos con alguien, agrandamos el espacio afectivo que nos separa de esa persona, y es posible que la única vía para hacernos entender con ella sea gritar más, ya que estamos "más alejados" del objetivo. Es posible que sea una forma como otra cualquiera de superar un obstáculo.

Quizá en estos casos, antes de gritar, lo mejor sea intentar acercanos un poco más afectivamente a la persona con quien nos enfadamos, y después, intentar hablar clara y sosegadamente de la disputa. Entonces no necesitaríamos agredir los tímpanos de los otros... y el resto de personas nos lo agradecería.

Es posible que, esta teoría que tengo (y apenas me atrevía a confesar) no sea tan estúpida después de todo... ¿no habéis notado que cuanto más cerca estás de alguien afectivamente hablando menos alta es tu voz al dirigirte a ella?





P.D.: Sí, lo habéis adivinado, la teoría esta me asaltó en pleno episodio romántico... porque me sorprendí hablando en voz muy bajita con la nena sin tener porque (no había nadie para oírnos); y no, no estábamos haciendo guarreridas, que parece que os leo la mente, ¡párdiez! ¿o sí? :-D