martes, noviembre 29, 2005

¡Papeles para todos! (La iglesia demole el Limbo)

Buenas, soy un niño con una historia mortal corta y desgraciada... siempre fui pobre, por tener no tuve nunca ni nombre reconocido. Mis papis, eso sí, me llamaban José, bonito pero recurrente. No sé como se darían maña para identificarme entre los otros José del pueblo, pero en fin, mis papis sabrían. Me concibieron un día de invierno de no sé que año. Tampoco sé donde ni porque, mis papis sabrían, imagino. Estaba tan agustito en mi mami, disfrutando de la fantástica calefacción central, de la piscina climatizada y de la barra libre umbilical cuando, de pronto, sin saber porque, todo aquello comenzó a desparramarse, y todas las alarmas comenzaron a sonar. No fue doloroso, pero la corriente de aire frío que empezó a entrar me disgustó. Suspiré por una mantita, pero no me duró mucho la incertidumbre: una lacerante luz comenzó a filtrarse por entre mis finos párpados, y la piscina se drenó completamente de repente, salí a una habitación poco caldeada y unas manos enguantadas y frías me cogieron por los pies. Yo, boca abajo, no dejaba de tiritar y asombrarme de cuanto vislumbraba por entre mis ojos medio abiertos, y claro, no pude menos que empezar a llorar. Imaginad que os sacan del paraíso y un tío gigantesco y maloliente os pone cabeza abajo y os da una leche en vuestro trasero desnudo y gélido. ¿No lloraríais? Pues yo también.

Estaba demostrando al mundo mis notorias capacidades pulmonares y mi evidente disgusto cuando el gigante maloliente, al que en adelante me referiré con el apropiado nombre de El Gilipollas, intentó coger con la mano que había lastimado mi culete un objeto áspero y de color verde que en ese momento me dió bastante miedo, pero que más tarde vería cientos de veces: una toallita. Ahora supongo que El Gilipollas quería limpiarme, porque aún tenía restos de la piscina adheridos a mi joven y frágil piel, pero no llegó a hacerlo. Mientras intentaba agarrar la toallita (que estaba más lejos de él que la envergadura de su brazo), El Gilipollas, que olía más bien fuerte (un tufo que más tarde identificaría con el alcohol) tuvo que hacer un gesto brusco y soltó la garra con la que me tenía atenazado boca abajo. No tengo ni que decir que la postura en la que me tenía no era precisamente anatómica, ni precisamente el ideal de descanso. No me encontraba cómodo, y para colmo de males la sangre se me subía a la cabeza. Pero sinceramente, preferiría haber estado así toda mi vida que en el suelo con el cráneo despanzurrado. Si la salida de mi querida piscina climatizada había sido abrupto, no os digo que sentí al golpearme contra el suelo. De repente aprendí todo lo necesario sobre la durabilidad de los materiales terrenales.

El Gilipollas, en adelante conocido como Mi Asesino, me miró con cara de cabra abúlica y se arrodilló junto a mí. Mi madre lloraba desconsolada, y la enfermera estaba junto a Mi Asesino, con la mano tomándome el puso en el cuello. Imagino que intentaría salvarme, pero la empresa era más difícil que resolver un puzzle de 10.000 piezas en media hora.

Imaginé tontamente que volvería a alguna piscina climatizada, donde me repararían hasta que pudiera salir de nuevo. Esperaba que no me aguardara el mismo Asesino, o que mi mami me protegiera, pero nunca la volví a ver. Cuando me desperté, me encontré vestido con un trajecito muy mono de volantitos y unos patucos de tela con lacitos azules, en medio de una habitación blanca con techos altos. Un señor con barba cana estaba junto a mí, sentado en una silla. No acababa de nacer como yo, ya tenía muchas arrugas y era más bien feote y contrahecho, pero su voz era amable. Me dijo que le acompañara, así que me levanté, le cogí de la mano y allá fuimos los dos, avanzando por un interminable pasillo.

Me dijo que lo sentía, pero que a mis papis no les había dado tiempo a bautizarme, ya que Mi Asesino lo había impedido con su torpeza, y no podría ir directo al cielo. Yo no sabía entonces lo que era eso, así que el señor me aclaró que era un lugar muy bonito donde todo el mundo se lo pasaba muy bien: no había hipotecas ni divorcio, los médicos no podían operar borrachos, no había inflación, las mujeres estaban con la pata quebrada en sus casas cuidando de sus familias, no había gays ni pecados, y la palabra de Dios se respetaba más que cualquier otra cosa. Yo tampoco sabía lo que era Dios, ni los médicos ni los borrachos, ni los gays, y mucho menos la inflación... pero eso sí, no me gustó que mi mami pudiera tener la pata quebrada, pero en fin, el señor ese conocía más que yo el mundo.

Me dijo que por él subiría al cielo (yo no tenía muy claro que quisiera llegar allí), pero que la iglesia había decidido que mi sitio era el Limbo, un lugar donde no se sufría pero que nos imposibilitaba llegar a la Gloria Eterna. Lo de la gloria sonaba muy bien... tenía la misma pinta que la piscina climatizada pero en durable, pero decidí darle una oportunidad al Limbo. Al fin y al cabo era lo que me tocaba, así que no era momento de ponernos exigentes.

No sé cuanto hace que estoy aquí... me pusieron con otros niños en un edificio bastante feo del Noreste del Limbo hasta que pude valerme por mí mismo y abandoné los vestiditos y los patucos por una chupa de cuero y unos pantalones vaqueros hechos a medida. Me dieron un piso de Protección Divina y me abrieron una cuenta de ahorros a plazo fijo (al menos hasta el Juicio Final). La verdad, pasados los primeros momentos de sorpresa e incertidumbre, en el Limbo te lo pasas bien. La moral es bastante relajada, y aunque no puedes hacer excesos (el alcohol y el tabaco lo conseguimos traficando con el infierno de vez en cuando) en general se pasa bien. No hay horas de cierre en los locales (no necesitamos dormir) y se come bien. Todos somos niños, así que no tenemos plastas que nos arruinen la diversión; el único adulto que ví aquí es el tío que me acompañó aquí dentro, y sólo se acerca a la puerta del Limbo para traer a más niños, ni siquiera traspasa el umbral.

Ahora la Iglesia dice que los niños que han muerto sin ser bautizados ya no van al Limbo, sino directamente al cielo, porque se supone que "la misericordia divina basta para envíar a esos niños directamente al Cielo". Joder, si ahora el Limbo no existirá más y todos irán al cielo, ¿qué vamos a hacer nosotros? No me fastidien, yo ya tengo piso aquí, colegas y diversión... según hablaba aquel tío que me trajo el Cielo no es precisamente una lugar muy enrollado. Si van a demoler el limbo espero que nos esperen pisos decentes en el Cielo, y habiliten locales de diversión para los que estamos acostumbrados a otro tren de vida. Y claro, a ver como será el viaje, porque el Cielo tiene pinta de estar lejísimos. Ya nos veo a todos en tren, con lo incómodos que son los asientos, haciendo paraditas cada dos por tres. Al menos que podamos viajar en avión...

No sé, mañana haremos una asamblea todos y decidiremos que medidas tomar. Yo más bien soy partidario de manifestarnos y hacer alguna huelguita aquí y allá. No se nos puede tomar el pelo así después de tanto tiempo... hay coleguitas que llevan aquí siglos, desde que se implantó el catolicismo, y no es plan de que, ahora, con toda la vida hecha, nos manden a otro sitio. En fin... ya veremos a ver que hacemos. Al menos que nos den papeles de plena nacionalidad, lo que menos me apetece es entrar en el Cielo como un paria extranjero sin visado... Ya podrían dejarnos en paz :-P