lunes, octubre 16, 2006

The Fountain (La Fuente de la Vida)

Dirigida por el realizador neoyorkino Darren Aronofsky, y con guión de él mismo y su mejor amigo, Ari Handel, se estrenará próximamente The Fountain, traducida en España con el infame nombre de “La Fuente de la Vida”, que no da sentido al argumento ni la resume en absoluto. Tuve la oportunidad de verla la semana pasada en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, y la verdad, es bastante recomendable.

El hecho de que Handel, co-guionista, sea también doctor en neurocirujía, ayudó sin duda a Aronofsky, director así mismo de “Pí” y “Réquiem por un sueño”, a configurar la trama, complicado ejercicio de simultaneidad temporal. Si ya la tarea de escribir el guión fue complicada (después veréis porque), desde el principio hubo problemas más… técnicos. Darren tuvo que realizar grandes esfuerzos, y volverse literalmente loco para ver finalizada esta producción. En un inicio, la Warner Brothers puso sus ojos en el proyecto, y Brad Pitt era el destinado a dar vida a su protagonista masculino, junto a la estupenda Cate Blanchett (Galadriel en El Señor de los Anillos). Pero el guaperas Pitt vió el guión poco adecuado para su carrera y finalmente declinó su participación, dejando en la cuneta a todo el equipo técnico desplazado a Australia. Tras Brad, que terminó rodando “Troya”, se fue corriendo cual gacela Blanchett, y tras ellos dos los 100 millones de dólares de presupuesto inicial. Por supuesto, Aronofsky, que había rechazado jugosas ofertas económicas y artísticas por filmar “The Fountain”, entre ellas el último “Batman” y la esperada “Watchmen”, se volvió loco de atar: su proyecto, largamente acariciado, se esfumaba. Los estudios le retiraron los fondos y todo terminó, menos el crujir de sus uñas cada vez que las mordía. Tras tres años de esfuerzos, estábamos en el 2002 y el proyecto parecía morir.

Pero Aronofsky no se rindió. Llegó a la conclusión de que, si con 60.000 dólares de nada (según los cánones de la industria estadounidense del cine) fue capaz de rodar la exitosa e icónica “Pí”, podría hacer “The Fountain” sin tan jugoso presupuesto. Reescribió el guión para convertir su película en más barata para los estudios y llamó de nuevo a su puerta. Y quien la sigue, de vez en cuando la consigue. Con más de 30 millones de dólares, que ya está bien, y con Hugh Jackman (Lobezno en Xmen) y la guapísima Rachel Weisz, como protagonistas, y con la Warner de nuevo por medio, este magnífico cuento sobre el dolor ve la luz por fin. Aronofsky por fin respira.

No se confundan. La crítica, antes de verla sin duda, ha englobado automáticamente dentro del género de la ciencia ficción a “The Fountain”, a causa de las primeras fotos del rodaje que transcendieron. Pero nada más lejos. La última película de Aronofsky es un canto al dolor que produce de vez en cuando la vida, del esfuerzo por superar la muerte inminente de un ser querido, sobre la resignación.

Tommy Creo (Hugh Jackman), un reputado médico, lucha por descubrir una cura para el tumor que padece su mujer Isabel (Rachel Weisz). Experimenta con primates intentando descubrir la causa y la cura, mientras su esposa languidece próxima a la muerte. Ella intenta que pase con él sus últimos momentos y acepta su inminente muerte, mientras que Tommy ve en los progresos de sus experimentos la cara de la esperanza. Pasa todo el tiempo en sus laboratorios mientras ella empeora día a día. Pese a todo, Isabel comprende y anima a su marido, consciente de que, a pesar de la futilidad del intento, él necesita seguir adelante. Mientras, escribe un pequeño libro, que espera sirva a Tommy para aceptar su destino.

Un argumento inicialmente tan simple se complica y enriquece enormemente por la originalidad del planteamiento de Aronofsky. No se conforma con reflejar el dolor habitual de este tipo de situaciones, garantizado ya por la emotividad inherente a una enfermedad de este tipo, sino que va más allá. Utiliza la historia que escribe Isabel y los pensamientos de Tommy para crear dos realidades paralelas que rivalizan entre sí por alegorizar el dolor real y los sentimientos que atraviesa el protagonista. El espectador se ve atrapado inicialmente por este desdoblamiento perturbador, que resulta confuso a las primeras de cambio, pero se torna imprescindible más tarde, según evoluciona la trama. La fotografía es inmensa, preciosista, está perfectamente dibujada y planificada para ayudar a entender mejor los sentimientos de Tommy. Con el Árbol de la Vida como conductor común y aparente destino final, el personaje interpretado por Jackman evoluciona su dolor desde la rabia y la desesperación, a la impotencia y quizá la aceptación de la muerte de su esposa, pero no sin antes pasar por una serie de estados intermedios, alegorizados de forma contínua por estas dos realidades paralelas.

La metafísica, contínuamente presente en estas dos realidades, quizá pueda agotar y confundir a parte del público, pero sin duda la visión de esta película no dejará indiferente a nadie, no tanto por la crudeza de las emociones y la espectacularidad de las imágenes, sino por la curiosa mezcla de realidad y fantasía épica que consigue Aronofsky. No es una producción para todos los públicos, está claro; el director no la ha rodado para las grandes masas. Ha escrito una historia destinada a hacer pensar en lo que de verdad merece la pena, a conmover la fibra sensible y a disfrutar de las alegóricas visiones.

Hugh Jackman se destapa como un auténtico actor dramático, está de veras inmenso, lo cual resulta una sorpresa. Sus registros interpretativos, escasamente explotados en otros proyectos, se ven reflejados en el protagonista de "The Fountain" de forma magistral. Son en realidad tres papeles en uno, aunque todos ellos con el mismo nexo de unión, la espina dorsal de la película: comparten el mismo dolor, y el mismo afán de superación del mismo.

Pese a que muchos críticos desdeñan a Rachel Weisz, para mí es una buena actriz, sobre todo en papeles dramáticos, como es el caso. Pese a lo difícil de su situación enfermiza, transmite a la perfección el optimismo desesperado destinado a animar a su pareja que comparten algunos enfermos terminales. Los distintos grados de degeneración de su salud saltan a la vista al espectador, que empatiza con ella en mayor grado si cabe gracias a su buena interpretación.

Mención aparte merece la madura Ellen Burstyn, que repite con el director tras intervenir en “Réquiem por un sueño”, por su buen hacer en el papel de Lilian, una compañera de trabajo de Tommy, que intenta poner un poco de cordura en éste. Como siempre, muy eficaz y sobria.

Insisto, la complejidad de la película puede asustar en un inicio, pero rápidamente la historia envuelve al espectador, merced a las imágenes y a las tres historias enlazadas. El ritmo narrativo es constante y uno tiene la contínua sensación de avanzar hacia un lugar en concreto, pese a que en ocasiones las escenas parezcan sucederse de forma arbitraria. Aronofsky no tiene piedad con nosotros, y la música de Clint Mansell no resulta ser demasiado brillante, aunque acompañe a la perfección a las imágenes: eso sí, si queréis música para conciliar el sueño por las noches, comprad la banda sonora.

“The Fountain” es bastante recomendable, pero eso sí, como siempre hay que ser consciente de lo que uno va a ver… cuestión de gustos. En el pasado Festival de Venecia, el público acogió la película con una mezcla de aplausos y abucheos a partes iguales, sin embargo, la recepción en el estreno en Sitges ha sido apoteósica: aplausos por doquier. Vosotros decidís…

viernes, octubre 13, 2006

Hijos de los Hombres (Children of men)

Hoy fuimos a ver al Festival de cine Fantástico de Sitges la última película del mexicano Alfonso Cuarón (Harry Potter y el Prisionero de Azkaban, Grandes Esperanzas), protagonizada por Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine, y basada en una novela de Phyllis Dorothy James, más conocida como P.D. James, y autora de, entre otros, “Sabor a muerte”, “Intrigas y deseos”, “El pecado original”, “Muerte de un forense”, “Un impulso criminal”, “Sangre inocente” y la última en editarse en España: “El Faro”. “Hijos de los hombres” es su primera incursión fuera del género criminal que tantos éxitos le ha dado.

No estaba preparado para esta película. Esperaba una película típica de ciencia ficción “made in” Hollywood, con buenos efectos especiales, aceptable guión y una compensada actuación. No en vano Clive Owen (El caso Bourne, Amar Peligrosamente, El rey Arturo, Sin City, Sin Control, Plan Oculto) me parece uno de los actores más creíbles que últimamente ha parido la industria estadounidense del cine. “Sin City” nos demostró la clase de actor que era este inglés de 42 años recién cumplidos, de rostro expresivo y gran presencia frente a la cámara, que ganó en 2005 un Globo de Oro por su papel en Closer y fue nominado a los Oscar. El tráiler de “Hijos de los Hombres” (Children of men) ya me atrajo irresistiblemente por la historia, pero quién iba a pensar lo que se me venía encima.

“Hijos de los Hombres” parte de un futuro no muy lejano, en el que las mujeres son infértiles y hace 19 años que ningún niño ve por primera vez la luz en el mundo. Sin risas infantiles, bajo la inamovible creencia en la decrepitud de la raza humana, ésta, por primera vez en su historia, se ve privada de su más íntima razón de existencia y vitalidad: la supervivencia. Cada ser humano es consciente de que, cuando su vida se apague, ninguna otra vendrá a ocupar su lugar en el mundo, no habrá un mañana para nadie. La realización a través de los propios hijos, algo consustancial a cualquier animal en la Tierra, les es negada. Unos optan por la negación, otros por la indiferencia: tan solo unos pocos continúan creyendo en una solución. Sin un mañana, las distintas sociedades del mundo paralizan su desarrollo, catatónicas, incrédulas… atónitas.

La esperanza se pierde, pues ni los más eminentes científicos encuentran la causa común de la infertilidad. Al inicio, los embarazos se interrumpían pasados los primeros meses de gestación: los abortos eran cada vez más frecuentes, y se producían cada vez más cercanos a la fecha de la concepción, hasta que las mujeres dejaron de quedarse embarazadas. Los estudios científicos se sucedieron, pero los esfuerzos pronto quedaron sepultados por la certeza. ¿Contaminación, pandemia, castigo divino? Nadie sabe la causa, pero la realidad se impone. Ante su dureza, en el año 2027, unos reaccionan preparándose para lo inevitable y comprando kits de suicidio, otros simplemente ignoran la realidad y siguen con sus vidas como mejor pueden en medio de la negación, y otros se refugian en la religión, interpretando la infertilidad como un “castigo divino” por los errores y la arrogancia de la raza humana.

Pero nada de esto es posible para Theo (Clive Owen), un antiguo activista que perdió a su hijo hace años, en tiempos de la epidemia de gripe, cuando era apenas un jovencito. La que fue su mujer, Julian (Julianne Moore), continúa su lucha contra la misteriosa enfermedad que le arrebató a su hijo, lidiando contra el gobierno en busca de la verdad. Theo no puede olvidar a su hijo, y cada día supone para él una tortura. El no ser la única víctima no le consuela en absoluto, y su matrimonio se rompió hace ya veinte años. Su única ligazón con la realidad son las frecuentes visitas a su amigo Jasper (Michael Caine), una antigua figura pública cuya mujer se encuentra mentalmente enferma: hace tiempo que no siente nada. Jasper conoce el dolor que atenaza a Theo, e intenta consolarle con su peculiar humor. Alejado de Londres, en medio del campo y escondido de miradas curiosas, sobrevive gracias a sus contactos en el mercado negro.

Gran Bretaña, escenario de la historia, es un país imperialista que ha conseguido librarse del caos internacional, instaurando una política represora destinada a acallar las críticas internas. El territorio rural comienza a despoblarse y a convertirse en un peligroso campo de guerra, así que la población que sobrevive huye a las ciudades, los únicos lugares donde el gobierno puede garantizar los servicios mínimos y una seguridad aceptable. Fuera de ellas es peligroso transitar, ya que peligrosos grupos anarquistas saquean y matan a los viajeros.

Las primeras víctimas del gobierno fueron los inmigrantes. Sabían que no podrían hacer frente a las necesidades mínimas de la población inglesa si debían soportar la ingente llegada de inmigrantes a sus costas, así que optaron por una solución salomónica: cada día, mediante redadas llevadas a cabo por las ciudades, les detienen y les internan en campos de concentración. Algunos son asesinados, otros torturados y despojados, abandonados a su suerte en el inmenso gheto.

Un buen día, una camioneta se abre por sorpresa y unos hombres secuestran a Theo. Al llegar a una nave abandonada, descubre que su mujer, Julian, es la responsable de su cautiverio. Su organización lucha por los derechos de los inmigrantes, y mediante una férrea organización, han conseguido librarse de los militares y sus campos. Y quieren que Theo les ayude.

La organización necesita papeles para una refugiada inmigrante llamada Kee (Clare-Hope Ashitey). Ésta ha de llegar a la costa, donde la esperará un bote, que la llevará a un mítico barco llamado Mañana (Tomorrow), en el que los miembros del Proyecto Humano intentan encontrar desesperadamente una cura para la infertilidad. Nadie sabe si existe realmente el proyecto, pero la desesperación les empuja, porque Kee es… la primera embarazada en casi veinte años. Ella, con una criatura en su seno desde hace ocho meses, es la esperanza de toda la raza humana, la luz al final del camino, el símbolo que podría unir de nuevo a aquellos que buscan el futuro sobre el destino. Pero supone también el último botín para todo aquel que quiera hacerse con el poder. Luke (Chiwetel Ejiofor, el cazador de la Alianza en “Serenity”), que domina a los integrantes del grupo de Julian, intentará hacerse con el niño por motivos políticos. El viaje resulta aún más peligroso de lo planeado en un principio, y Theo deberá huír de todos y ayudar a la futura madre a llegar al barco.

Podría decirse que, más que una película, “Hijos de los Hombres” es un documental. Como tal está rodado, con curiosos movimientos cámara al hombro, una fotografía realista y un crudo hilo argumental, y cumple su función completamente. Uno no tiene la sensación de ver una película, sino de asistir a un fragmento de la vida de un grupo de personas. Esta película no se ve, se vive. La sencillez y el dramatismo del planteamiento, llega por igual a todas las edades y creencias. La negación de la concepción, el futuro borrado de la faz de la Tierra, la certeza de que no habrá un mañana. Como reza una pintada: ”El último en morir que apague la luz”.

Todo esto es ya de por sí responsable de la empatía que produce en el espectador, pero la forma de presentar el argumento de Cuarón es el verdadero acierto de esta película-documental. Las escenas son crudas, sin concesiones ni dramatismos adicionales, se identifica perfectamente con lo que podría ser la realidad. Sin paños calientes, sin ocasionales huecos para reflexiones esperanzadas: todo está perdido, y los protagonistas lo saben, lo sienten en sus carnes. Sus gestos, la forma anodina de conducirse y la consternación que la población mundial siente por la repentina muerte de la persona más joven de la Tierra, son indicativos suficientes de la desesperanza más absoluta que les embarga. La fotografía realista contribuye al marco de forma prodigiosa, convirtiendo al montaje en un relato que podría ser real. Las secuencias normalmente son impactantes, de una crudeza sobrecogedora, tan solo interrumpida por ocasionales momentos de humor necesarios para no saturar de desespero al espectador, pero enseguida el director vuelve a la carga: la misión es demasiado oscura, las circunstancias demasiado perturbadoras y violentas como para permitir otra cosa. El espectador sufre con los protagonistas: el director nos obliga a ello, nos empuja directamente al abismo y aún más, nos gira con sus propias manos la cara y nos señala la caída.

La película comienza de forma espectacular: Theo se salva por los pelos de una bomba colocada en una cafetería de la que momentos antes había salido tras pedir un café. Mientras camina aturdido por el ruido y la deflagración, se ve a una mujer que recoge su propio brazo, inerte y arrancado de raíz. La cara de Theo refleja que no es el primer atentado que presencia o del que oye hablar. La conversación de otros protagonistas lo confirma: en Londres los atentados terroristas son comunes. Contínuas referencias a desastres en otros países (Madrid es arrasada) refuerzan esa sensación de apocalipsis contínua de la que Gran Bretaña tan solo se libra por los pelos. Ciudades enteras diezmadas, manifestaciones y grupos anarquistas violentos toman las calles en otros países. Los grupos inmigrantes se organizan para evitar la represión del gobierno británico, mientras otros ciudadanos intentan seguir con sus vidas.

Una vez que nos tiene convencidos, llorando por la raza humana y desesperados, Cuarón da una vuelta de tuerca más. Solo cuando la abultada barriga de Kee se descubre, el espectador asiste atónito, empatizando con los mismos protagonistas, a un último rayo de futuro, a un halo de humanidad recuperada. A la vida, en definitiva. Theo se queda sin habla en esa escena, y en ese momento recupera la fe, la fuerza en la lucha de su vida. Su única misión consistirá en llevar a esta mujer al mítico barco.

El nacimiento alivia y maravilla al espectador como si estuviera viviendo el momento junto a los personajes. Pero el miedo se instaura enseguida de nuevo en nuestros corazones: en medio del caos y la violencia, un ser tan frágil, y portador de la última esperanza del ser humano, no puede sobrevivir sin ayuda. Theo, el héroe anónimo por antonomasia, sin hogar, sin futuro pero con una misión redentora, luchará por ese primer niño.

La escena principal de la película es sobrecogedora: por fin el niño, oculto a otros ojos que no fueran los de su madre, Theo y una inesperada ayuda de una inmigrante, es por fin revelado a los militares y refugiados. La adoración casi mística que profesan mientras Kee camina entre ellos con el niño en brazos emocionaría a una piedra. Apartan en ese momento toda lucha, todo dolor, toda desesperanza, todo miedo… para dar paso a la maravilla del nuevo nacimiento. A cada metro que recorren con el bebé en brazos, el éxtasis llega a cada alma, no pueden evitar mirar extasiados a la esperanza cara a cara: un nuevo día ha llegado, y la dura y fría noche poco a poco cede ante la luz. Pero no os preocupéis, no os desvelo el final, esta es solo la escena clave conceptualmente hablando, refleja todo el sentimiento del argumento, nada más y nada menos.

Incluso los momentos en un campo de concentración, con los perros acosando a los detenidos, las jaulas con encapuchados y la fotografía recuerdan a las escenas de las torturas de los soldados estadounidenses en Abu Ghraib y otros campos en Irak que todos pudimos ver por televisión. En alguna escena también la sangre salpica la cámara, sobrecogiendo aún más al espectador.

Hacía años que una película no me llegaba de forma tan clara y profunda. Tras bajarse el telón, mi primer pensamiento fue: “¡¡joder, esto es cine!!”. Y es que, amigos, una película no debería ser nada forzado, no debería notarse “el truco” del prestidigitador. Asistimos diariamente a muchas producciones que tan solo consiguen rozar ese nivel de realidad que deberíamos exigir en un cine: “Hijos de los Hombres” la consigue por completo, de la mano de un director como Cuarón y un actorazo como Clive Owen. Esto es cine, es tan solo una casualidad que sea de ciencia ficción. Es una historia humana, punto y aparte. Mi único temor es el doblaje: la he visto en versión original, e incluso eso refuerza la sensación de realidad. No me imagino a Kee hablando un castellano neutro, cuando en la versión original se le nota el marcado acento inglés africano. En fin, veremos.

En España se estrena el 20 de octubre. Id a verla. No diré más, merece la pena.

Os dejo con una cita del libro de P.D. James, una frase del protagonista masculino:

Hemos apartado de nosotros, como padres en duelo, todos los recuerdos dolorosos de nuestra pérdida. Los juegos para los niños han sido retirados de las plazas... Quemaron todos los juguetes, excepto las muñecas que algunas mujeres no del todo cuerdas utilizan como sustitutos de niños. Las escuelas estuvieron cerradas durante un largo tiempo hasta que las clausuraron o las convirtieron en establecimientos de educación para gente adulta... Solo en los casettes y los discos se escuchan las voces de los niños.. . Para algunos resulta insoportable, pero para la mayoría de la gente funcionan como una droga.


Tráiler de Hijos de los Hombres